Gratitud, ante todo



“La satisfacción de encontrar un solo agradecido

compensa las amarguras de muchas ingratitudes.”

Modesto Lafuente.


La gratitud es la virtud por la cual una persona reconoce interna y externamente los regalos recibidos y trata de corresponder en algo por lo que recibió. Un corazón agradecido, cuando es genuino, trata de alguna manera de expresarce con palabras y compensar con obras.

En la Biblia existen muchos ejemplos de actitudes de agradecimiento, entre la que podemos leer en Lucas 17, donde se nos relata la historia de los 10 leprosos sanados por Jesús. De ellos, sólo uno regresó a darle gracias por su curación milagrosa. Jesús lo puso por ejemplo y se entristeció por los otros nueve. Sin duda, la gratitud es necesaria para entrar en una auténtica relación con Dios o con la persona que nos halla agraciado. La gratitud debe tomar la expresión adecuada, no según la expectación de uno u otro, sino en la forma que más convenga para fortalecer la relación que Dios desea establecer entre las personas.

Ser agradecido es más que saber pronunciar unas palabras de forma mecánica, la gratitud es aquella actitud que nace del corazón en aprecio a lo que alguien ha hecho por nosotros... El agradecimiento, más que pagar una deuda, es reconocer la generosidad ajena.

La gratitud requiere reconocimiento y esfuerzo, no sólo para sentirla, sino para expresarla. Con frecuencia no reconocemos la mano del Señor; murmuramos, nos quejamos, nos oponemos, criticamos; muchas veces no demostramos gratitud.

La gratitud es un principio lleno del Espíritu que nos hace reconocer un universo en el que está presente la riqueza de un Dios viviente; mediante ella llegamos a ser espiritualmente conscientes de la maravilla de las cosas más insignificantes, las cuales alegran nuestro corazón con sus mensajes del amor de Dios. Cuando expresamos gratitud, nos llenamos del Espíritu y nos conectamos a las personas que nos rodean. La gratitud inspira felicidad y conlleva la influencia divina: “Y el que reciba todas las cosas con gratitud será glorificado”.

La clase de gratitud que incluso recibe las tribulaciones con acción de gracias, requiere un corazón quebrantado y un espíritu contrito, la humildad para aceptar lo que no se puede cambiar, la disposición de dejar todo a cargo del Señor, aun cuando no comprendemos. Entonces viene el sentimiento de paz. La gratitud, la admiración y el aprecio son las tres monedas de la ley divina que acuñar urge a las almas nobles y de espíritu firme.
La persona que más sirve, es la que sabe ser más agradecida. El agradecimiento que sólo consiste en el deseo es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras. Gratitud es, ante todo, reciprocar...y esto es algo que se hace casi instintivamente.



Alberto Vásquez Díaz.

sábado, 30 de enero de 2010

Bendiciones compartidas

Si nos remontamos a los días de nuestra niñez, posiblemente recordemos una frase que era el colofón antes de ir a la cama: “bendición papá...bendición mamá”, una petición infantil para dormir en paz.

Bendición tiene su origen en el latín. Significa bene, bien y dicere, decir: bien-decir. Es la expresión de un deseo benigno dirigido hacia una persona o a un grupo de ellas, que en virtud del poder mágico del lenguaje logra que ese deseo se cumpla. Es invocar en favor de una persona el favor divino. Gramaticalmente, es lo contrario de “maldición”. Ambas son oraciones de modalidad desiderativas (que indican un deseo) y tienen un papel destacado en las creencias populares, así como en sus mitos y leyendas.

En especial es de gran importancia esa bendición que los padres otorgan a sus hijos, ya mencionada. También bendicen los tíos, los padrinos, el líder religioso. Bendicen todos los que quieren colmar de bienes la providencia. “Que Dios te acompañe”, “Que te vaya bonito”, son bendiciones muy utilizadas.

En la Biblia las bendiciones son temas comunes. Es hermosa la bendición sacerdotal que podemos encontrar en Números 6, 24:
Cita:
“Yavé te bendiga y te guarde. Yavé haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda lo que pidas, vuelva hacia ti su rostro y te dé paz.” Hermosa también la frase del ángel a la Vírgen, vigente siempre por medio de la oración: “Bendita tú eres entre todas las mujeres...”
También es la protagonista en el relato de cómo Jacob engañó a su padre ciego, Isaac, para obtener la bendición que éste deseaba dar a su primogénito, Esaú (Gen. 27, 28-29).

Las bendiciones siguen siendo un recurso argumental frecuente en todo tipo de historia. En “La guerra de las Galaxias” los personajes se despedían con un buen deseo: “Que la fuerza te acompañe”.

Para motivarte a dar y a recibir bendiciones, comparto contigo las 4 Leyes de la bendición:

1) Nuestras bendiciones deben fluir a otros.

2) Cuando bendecimos a otros, Dios tomará cuidado de nuestras necesidades.

3) Las bendiciones compartidas retornan a nosotros, y

4) Cuando te retorna la bendición, Dios espera que bendigas a otros a la vez.



Te exhorto a bendecir, para así otorgar vida a ambos y para que la amistad se incremente, trayendo compañerismo, sanidad y esperanza. Su efecto multiplicador es dado por Dios a sus hijos.

Compartamos pues, bendiciones, concientes de que al expresalas conferimos prosperidad a otros y alcanzamos los mismos beneficios del que recibe nuestros buenos deseos.

Reir es vivir

“Ríe y el mundo reirá contigo; llora y llorarás solo”.


La risa, ese movimiento de la boca y el rostro que denota alegría, constituye un gesto de vital importancia cuando queremos paliar el estrés y alargar la vida.

Sí. Está comprobado que el buen humor prolonga la vida, ejerce un poder curativo ante las enfermedades y resulta un antídoto eficaz contra las depresiones, como lo confirma un estudio publicado en el que se hace un parangón entre la alegría y la salud mental y física de las personas.

Se ha establecido que cuando un individuo ríe, aumentan temporalmente su frecuencia y su presión cardíaca, acrecentando la circulación y mejorando la entrada de oxígeno y nutrientes a los tejidos del organismo. El buen humor es positivo para la salud, siempre que responda realmente a los sentimientos de quien lo muestre.

Una simple sonrisa genera movimiento muscular, además de un estímulo eléctrico sobre algunos nervios. Por esta razón, aunque no existan muchas situaciones que provoquen nuestra risa cada día, debemos buscar “el lado amable” de las cosas, concientes de que nuestra salud saldrá beneficiada.

Cuando reímos se levanta el estado de ánimo, pues al hacerlo no dejamos espacio a los pensamientos negativos ni a preocupaciones, desesperanzas ni al mal humor. Se considera, además, que quienes sonríen son personas positivas que se armonizan energícamente y logra enfrentar los problemas más fácilmente, cambiando la etiqueta de “un problema dramático”, por la de “una situación problemática”.

La risa, pues, funciona como terapia para enfrentar la angustia, la ansiedad y la depresión que suelen acompañar los asuntos delicados del diario vivir. Es además, el epicentro de las relaciones positivas por las respuestas positivas que ofrece.

Ahora bien: no se trata de reirse de las situaciones difíciles, sino de adoptar una actitud ante la vida en procure mejorar el resto de las actitudes, el entorno laboral, familiar y de pareja.

La revista “Selecciones del Readers Digest” ha mantenido en sus páginas, por decenas de años, una sección que millones de lectores, en todo el mundo leen con avidez: “La risa, remedio infalible”, en la que se recogen chistes y amenas anécdotas. Su éxito radica en que proporciona, entre tantos artículos de fondo, un momento de asueto para elaborar una sonrisa.

Las personas que ríen generan simpatías. Caen bien. Son aceptadas por todos. Provocan cambios de actitudes ante los demás. Proyectan alegría.

Abraham Lincoln señaló una vez que “casi todas las personas son tan felices como deciden serlo”. Los chinos son hombres sabios: sabios en las cosas de este mundo, y tienen un viejo proverbio que reza más o menos así: “El hombre que no sonríe, que no abra su tienda”. Es innegable que hasta desde el punto de vista comercial, la risa es necesaria.

Por su importancia debemos cultivarla siempre: compartir con gente de nuestro agrado y escapar de comentarios negativos, desagradables; regocijarnos con la abundancia que representa despertar cada mañana frente a la experiencia de un nuevo día; agradecer y bendecir lo que tenemos; corregir nuestro lenguaje y abandonar el hábito de protestar y de hablar de escasez y adoptar una actitud de alegría, pensando con humor y mirando las cosas divertidas de cada situación, concientes de que reír es vivir.

Y sobre todo, pensar que no debemos tomar nuestra existencia con tanto celo y seriedad, porque, pensándolo bién: ¡ninguno de nosotros vamos a salir con vida de ella!


Alberto Vásquez Díaz.

Misión de vida

Ningún hombre nacido de mujer, valiente o cobarde, puede escaparse a su destino.

HOMERO

Naciste para algo.

En tu corta o larga estadía en la tierra, concentra tus esfuerzos en alguna actividad que trascienda lo cotidiano.

Las actitudes vienen contigo y eres libre de cultivarlas o no. Según el esfuerzo que hagas para desarrollarlas, habrás de cosechar más o menos frutos.

Si bien es cierto que el aspecto económico tiene un importante papel en el desarrollo de las actividades, no es menos cierto que en la más humilde ocupación podemos encontrar personajes que recordamos siempre por el trato que le dispensaron a los demás, o por la destreza conque desarrollaron su oficio.

Si Dios nos ha dado la oportunidad de estudiar, de leer, de investigar, ¿por qué no aspirar a ser los mejores en el campo en que incursionamos?

Posiblemente recordamos a nuestros parientes fallecidos por el comportamiento observado a nivel familiar. Pero ¿qué opinas de aquellos que vivieron hace siglos y aún se habla de ellos, porque se aferraron con mística a un ideal e hicieron algo trascendente?

En la época en que comenzaron los viajes entre continentes y el posterior descubrimiento de América hubo cientos, miles de hombres que vivieron en similares condiciones pues fueron seres “anónimos” sin ninguna trascendencia. Sin embargo, estoy seguro que todos hemos oído hablar de Colón, Hernán Cortés o Diego Velásquez, para mencionar algunos nombres.

¿Por qué conocemos la vida de Jesús o la obra de personajes como Leonardo de Vinci, Beethoven, Rubén Darío, Pasteur o Churchill? Por sus aportes al cristianismo, a la pintura, a la música, a la ciencia, a la política. Incursionaron en labores para las cuales tenían vocación, sobresalieron en las mismas, están en la historia y se les reconocen los aportes hechos a la humanidad.

Tú puedes ser un personaje del futuro: sólo basta que te dediques con fe y entusiasmo a lo que más te gusta y trates de escalar posiciones cimeras en la actividad que desarrollas. Cuando persigues un objetivo y perseveras, los resultados se ven tarde o temprano.

Borges, gran escritor argentino, expresó en una ocasión: “No soporto la negligencia ni tampoco a las personas que comenten el auto-suicidio más grande del mundo, que es no ser algo o alguien”.

Descubre, pues, tu misión, aférrate a un ideal y piensa que tienes todas las herramientas para alcanzar el éxito y trascender.

Los que vienen detrás lo reconocerán.

Alberto Vásquez Díaz

El ejemplo de Job

“He sido un hombre afortunado:nada en la vida me ha sido fácil”.
FREUD.



Desde épocas remotas el nombre de Job está unido a una palabra: la paciencia.
Su historia es tan dramática como ejemplarizadora y su compostura es un vivo ejemplo de resignación y de fe.
Es menester recordarla en estos tiempos en que los avatares de la vida pueden llevarnos a las puertas de la desesperación y conocer la virtud que hizo famoso al protagonista de la historia de marras, que lleva consigo la moraleja que saber esperar tiene su recompensa.

Job es un rico personaje de la tradición hebrea que vivió en el siglo XIV antes de Cristo en compañía de su esposa y sus diez hijos: siete varones y tres hembras.

Según la tradición, Dios le concedió el poder a Satanás para que pusiera a prueba la fe de este siervo ante la afirmación de éste de que Job le seguía únicamente por los bienes que de Él había recibido. A partir de este momento empiezan sus padecimientos pues pierde todo lo que poseía, enferma y ve morir todos sus hijos.


Job, no obstante, jamás desfallece y sostiene que el Todopoderoso es justo, y por su temple y sus firmes convicciones recobra la salud, su prosperidad de antaño y procrea otros siete hijos y tres hijas que trajeron, de nuevo, la alegría a su hogar. Con paciencia inconmensurable venció al demonio.

En la actualidad, como en aquel entonces, la vida nos somete a duras pruebas de las que podemos salir airosos aplicando la “técnica” empleada por Job de hace tantos siglos.

Gracias a esa virtud podemos soportar serenamente los infortunios que nos depara el destino. Para los ascéticos –personas austeras de vida consagrada a los ejercicios piadosos-, existen tres grados de paciencia:

1) Restringir la tristeza del ánimo, de modo que no se exteriorice.

2) Moderar esa tristeza, serenando el corazón, y

3) Recibir las contrariedades con alegría y contento.



Esto no significa que los “pacientes” deban cruzarse de brazos, sin tiempo ni medida a esperar, simplemente, que las cosas acontezcan. Recordemos la frase bíblica “Ayúdate, que yo te ayudaré”; esto significa que mientras se espera con fe que las aguas retomen el curso que aspiramos, debemos poner de nuestra parte para lograr el objetivo.

Creo que todas las personas, sin distinción, hemos acudido al supremo recurso de la paciencia en lo que aguardamos que de alguna manera nuestros problemas alcancen soluciones: el hambriento que requiere alimentos; el reo que ansía libertad; el enfermo que espera recobrar la salud perdida; el enamorado que aguarda ser correspondido; el militar que aspira a ascender de escalafón; el artista que persigue el reconocimiento de su obra, y así, sucesivamente.

Por paciencia debemos aprender a esperar aunque no queramos. Puede ocurrir que durante la espera encontremos algo que nos guste tanto que nos olvidemos de nuestra inercia; por paciencia dedicamos tiempo para soñar y desarrollar la confianza en nosotros mismos para ver realizados nuestras aspiraciones aunque pasen los días y no sepamos de qué manera sucederá.

Requerimos paciencia para amar a los demás y para, aunque nos decepcionen, aceptarles como son y perdonar sus actitudes. También para amarnos nosotros mismos mientras nos damos tiempo para crecer y ser felices, concientes de que cada día de nuestras vidas debemos dar paso un paso hacia delante.

Por paciencia debemos estar dispuestos a enfrentar grandes desafíos con la certeza de que la propia vida nos ha dado el valor para encararlos con éxito.

Donna Levine expresó en una ocasión: “Paciencia es la capacidad de continuar amando y riendo sin importar las circunstancias porque reconoces que, con el tiempo, esas circunstancias cambiarán y el amor y la risa darán un profundo significado a la vida y te brindarán la determinación de continuar teniendo paciencia”.

Recordemos, pues, el ejemplo de Job y tratemos de practicar (en la medida que lo permitan las circunstancias) ese preciado don que nos permite esperar el momento propicio para convertir nuestros sueños en realidades.

Alberto Vásquez Díaz

Las palabras crean realidades


Es muy importante que prestemos atención a las palabras que decimos y a los pensamientos que emitimos pues tienen una fuerza tal que son capaces de producir cambios en nuestro entorno. Lo que expresamos y creemos en nuestro corazón es lo que recibimos. La vida y la muerte están en poder de la lengua.

Desde el principio, Dios usó el poder creativo de las palabras al hacer los cielos y la tierra. Dijo: "Sea la luz", y fue la luz. Con palabras, fue haciendo uno a uno, cada elemento de la creación.

La primera ley de la creación es la siguiente: lo que se piense se manifestará, en tu cuerpo, en tu carácter, en lo material, en el exterior…
El ser humano, protagonista de la creación, tiene autoridad total para gobernar sobre las criaturas vivientes y lo hace por medio de las palabras que emite. El pensamiento habla al espíritu hasta que éste llega a tener cabida en abundancia, entonces las palabras (llenas de fe, de temor, de amor, de odio) salen del espíritu a través de la boca, sin pensarlo.

Podemos emplear las palabras como una técnica para conseguir lo que verdaderamente queremos: amor, logros, placer, relaciones satisfactorias, un buen trabajo, una personalidad definida, salud, belleza, prosperidad, paz interior, armonía…

El pensamiento y los sentimientos tienen su propia energía magnética que atrae energía de la naturaleza similar. Podemos observar este principio cuando nos encontramos "accidentalmente" con alguien en quien habíamos pensado.

Las palabras siempre llevan poder y comunican bendiciones o maldiciones. La lengua es solamente un instrumento. En el corazón es donde s encuentra la clave. Lo que hay en él es lo que saldrá por la boca.

Si anhelas algo, solo tienes que hacer un pedido claro y todo lo que tu corazón desea vendrá a ti…"de la abundancia del corazón habla la boca (Mt 12: 3,4). Por tus palabras serás justificado y por tus palabras será condenado.

De la misma boca proceden la bendición y la maldición. Lo que hablamos o la manera de expresarlo ejerce tal magnetismo que nuestros deseos tienden a convertirse en realidades. Los pensamientos negativos producen efectos negativos, pues atraen lo necesario para que se manifiesten. Estos pensamientos encienden pequeñas llamas.

Por eso debemos evitar que de nuestras bocas salgan frases como éstas: "Mi vida es un desastre"; "Nada me sale bien"; "No vale la pena el esfuerzo"; "Todo es inútil", etcétera. Tampoco es necesario anunciar con aire triunfante aquello negativo que encubamos en nuestro interior y que se convirtió en realidad: "Ah, Yo sabía que sucedería!"

Una frase del libro de Job resume este pensamiento: "Lo que más temía me sobrevino; lo que más me asustaba me sucedió" (Job 3, 25). Todo lo contrario: con nuestras palabras debemos borrar todo lo indeseable que se nos presente. Cada vez que ocurre algo desagradabl debemos pensar y luego repetir en voz alta: "No lo acepto. Lo niego. Lo rechazo". Debemos decirlo con la fe que nos da saber que nuestra palabra es una orden que debe ser cumplida sin condiciones.

Existen también las declaraciones positivas llamadas afirmaciones, que constituyen una parte muy importante de la "visualización creativa". Cuando las hacemos debemos evitar que nos acompañen toda duda o descreimiento. Practiquemos la manera de lograr la sensación de que lo que deseamos es muy real y posible.

Las afirmaciones deben ser hechas en tiempo presente: "Tengo un trabajo maravilloso"…y de la manera más positiva posible. Mientras más cortas y simples, más eficaces. Como ejemplos de afirmaciones tenemos estas frases: "Nada es imposible"; "Todo saldrá bien"; "La buena suerte me acompaña"; "Hay que tener confianza".

Si realmente queremos algo, lo podemos obtener con la sumatoria de los tres elementos que denominamos "intención". Cuando tenemos la intención de creer algo lo deseamos profundamente, estamos convencidos de poder hacerlo y de que realmente aceptamos tenerlo, debe, necesariamente, manifestarse.

Lo más importante es asumir una actitud triunfadora: el deseo que está en el fondo de tu corazón no surge si lo acosan los temores y las dudas. Si la fe y la convicción son fuertes, el resultado será instantáneo, como un milagro.

Cuando Leonardo da Vinci tenía 12 años, se hizo esta promesa: "Seré uno de los más grandes artistas del mundo". Lo concibió, lo dijo, lo luchó, lo logró. Todos conocemos los resultados.

No hay un solo deseo tuyo que no puedas realizar. Todo aquello que consideras imposible de obtener, que juzgas "demasiado bueno para que ocurra" es precisamente lo que más deseas.

Comencemos a incluir afirmaciones en nuestras conversaciones, hagamos declaraciones positivas sobre cosas y personas (incluyéndonos a nosotros mismos) que queramos ver en un aspecto más efectivo, y observaremos cambios asombrosos en nuestras vidas por el simple hecho de dedicarnos a hablar más positivamente en las conversaciones cotidianas.

Alberto Vázquez Días
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La flor de la perseverancia



“No es la fuerza, sino la perseverancia
de los altos sentimientos, la que hace
a los hombres superiores”.
NIETZSCHE.


Hace un par de años, una amiga me obsequió (¿o fue prestada?) una pequeña lámina pegada sobre madera, que puede ser colgada como un cuadro o colocada en una mesa o escritorio como un portarretrato.

Dicha lámina tiene la foto de un paisaje nevado y un hermoso mensaje que es un llamado a perseverar. Lo leo cuando me invade el desencanto al no obtener en un tiempo prudente, los resultados positivos que espero cuando emprendo una labor.
Dice así:

¡Insiste!

Lo que no logres hoy,
quizás mañana lo lograrás,
no es tiempo todavía;
nunca en el breve término
de un día madura el fruto
ni la espiga grana.


No son jamás en la labor humana
vano el afán ni inútil la porfía;
quien con fe y valor lucha y confía
los mayores obstáculos allana.


Trabaja y persevera,
que en el mundo no hay nada
que sea rebelde o infecundo
para el poder de Dios
o el de la idea.


Como se ve, es un ferviente llamado a no desfallecer y a continuar hacia delante, no obstante los tropiezos que se nos presenten.

Lo anterior lo podemos resumir en una sola palabra: perseverancia, que es la
cualidad de aquel que tiene constancia y fe en todo lo que emprende. Perseverancia es sinónimo de entereza, persistencia y tenacidad.

El mundo está lleno de fracasados cultos, de talentosos frustrados, de perdedores inteligentes, así como de personas con demasiado ingenio para hacer lo que no deben. Todo esto porque no han hecho planes y actuado en consecuencia, ni perseverado con el propósito de triunfar.

Estas personas cambian de rumbo cuando no deben, se dan por vencidos fácilmente o pierden la confianza y el entusiasmo. Entonces, simplemente, lo abandonan todo aunque estén concientes de que los planes valiosos deben continuarse hasta verlos felizmente consumados.

Perseverar es mantener un curso fijo, haciendo caso omiso a los retrasos, las dudas o las dificultades. Es la habilidad que separa a los ganadores de los perdedores, pues quien triunfa en negocios, deportes, ciencias u artes, generalmente debe su éxito a la constancia en el recorrido del trayecto. Edison, por ejemplo, fracasó cientos de veces antes de inventar la bombilla eléctrica.

La perseverancia tiene varios enemigos que debemos identificar para que, concientes de que existen, tomarlos en cuenta para que no malogren nuestros esfuerzos.

El más común es la mala costumbre de no terminar lo que se inicia porque se pierde el interés y el entusiasmo para llevar un proyecto hasta feliz término; el otro tiene que ver con la inhabilidad de finalizar una empresa y está relacionado con fracasos anteriores: sucede cuando tenemos metas adecuadas basadas en planes débiles.

También cuando transigimos ante la oposición estamos condenados a no triunfar: muchas veces los contratiempos, las derrotas temporales y los esfuerzos no compensados, nos hacen adoptar la salida más fácil: abandonar. Un hábito común que tienen todos los fracasados es el de ser indolentes. Para contrarrestarlo se debe desarrollar la buena costumbre de emprender el trabajo propuesto inmediatamente (o tan pronto como sea posible) sin buscar pretextos. Camarón que se duerme…

Asimismo, la frustración que produce hacer las cosas a medias es otro de los enemigos que tiene la persona que quiere perseverar. Es importante saber que si vamos a hacer una tarea es porque queremos y eso conlleva capacitarnos para la misma, investigar e invertir en ella el tiempo necesario para que las cosas salgan bien.

También debo indicar la sensación que se apodera de nosotros cuando otros no responden en la medida que esperamos de ellos: el negativismo. Para insistir en nuestros planes y acciones, es menester descubrir de dónde procede y aclarar la situación, pensando en que seremos juzgados no por lo que iniciemos, sino por lo que terminemos.

Para ello debemos de tener algunos aliados: deseos de triunfar, paciencia,
disposición de corregir los errores, autodisciplina y fuerza de voluntad.
Planes y acciones no son suficientes: hay que perseverar hasta el final.

Empero es bueno señalar que debemos de estar seguros de que lo que emprendemos amerita realmente el esfuerzo, pues una persona puede ser enteramente firme y sincera en cuanto a sus convicciones y a la vez estar completamente equivocada. Si ese es el caso, es recomendable abandonar un proyecto inútil, pues no existe mayor pérdida de tiempo que
recorrer un camino que no conduce a ninguna parte.

Viene a mi memoria la historia de alguien que fue un ejemplo de fe en sí mismo y en su trabajo, que perseveró en cada momento de su vida, aunque no llegó a saborear el néctar de su triunfo, porque para entonces ya había muerto: se suicidó.

Se trata del pintor holandés Vincent van Gogh, hoy reconocido
mundialmente. Durante su vida padeció fuertes depresiones por estar alejado de los suyos y porque sus trabajos no concitaban la atención de los críticos de arte ni del público común. Sin embargo, insistió. Pasaba días enteros dedicado a dibujar y a pintar, pero nadie se interesaba en sus trabajos.

Años después de fallecido la gente empezó a aquilatar la calidad de sus obras. Hoy, un cuadro de van Gogh cuesta millones de dólares. Su perseverancia dio una flor, aunque él no llegó a constatarlo porque sus problemas mentales lo llevaron a quitarse la vida cuando apenas tenía 37 años.

Su caso es muy particular, pero hay millones de personas que sí han disfrutado del fruto de su constancia. Y tú puedes ser uno más de ese grupo, si así lo decides.


Alberto Vásquez Díaz.